SEXTA TEMPORADA


TERCER CAPÍTULO


José María Arguedas en octubre de 1968.
“Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”.

Hola. Te saluda Luis Enrique Cam

José María Arguedas Altamirano, el Tayta Arguedas, fue un escritor, antropólogo, etnólogo y profesor. Autor de obras imprescindibles en la literatura peruana como “Los ríos profundos”, “Yawar Fiesta”, “Todas las sangres” y “El zorro de arriba y el zorro de abajo”.

Nacido el 18 de enero de 1911 en Andahuaylas fue el segundo hijo del matrimonio de Víctor Manuel Arguedas Arellano, natural del Cuzco, y de doña Victoria Celestina Altamirano Navarro, natural de Andahuaylas, ambos de la pequeña burguesía provinciana. Por el cargo de juez de primera instancia su padre es trasladado a Ayacucho cuando José María contaba con un año de edad. Empieza así su peregrinar, signo que marcaría su infancia y madurez.

Repentinamente falleció su madre de colerina. José María fue trasladado por su padre a Andahuaylas, a la casa de la abuela paterna. Allí permanecerá hasta los 6 años cuando fue llevado a Puquio ya que su padre había contraído segundas nupcias con doña Grimanesa Arangoitia viuda de Pacheco, terrateniente de Lucanas, quien tenía tres hijos.

La madrastra lo despreciará obligándole a dormir en la cocina con los sirvientes. A esta época se referirá Arguedas como la de su mayor compenetración con el pueblo indígena, su ternura y sufrimiento, su música y creencias mágicas.

JMA: - “Voy a hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra” “hubo otro modelador tan eficaz como ella, un poco más bruto: mi hermanastro. Cuando yo tenía siete años de edad pedí a Dios que me mandara la muerte. Así viví muchos años. Cuando mi padre venía a la capital del distrito, entonces era subido al comedor, se me limpiaba un poco la ropa; pasaba el domingo, mi padre volvía a la capital de la provincia y yo a la batea, a los piojos de los indios.”

“De tal manera que yo he visto los pueblos, la vida de los pueblos muy pequeños, en donde dos o tres personas tenían la mayor parte de la tierra, y tenían un poder muy grande sobre todos los demás. Generalmente, estas gentes eran las que manejaban todo lo del pueblo. Tenían todo el poder político, y toda la fuerza, que les daba no solamente la riqueza, sino el hecho de pertenecer a familias muy tradicionales. También pude tener la oportunidad de vivir en comunidades indígenas, en donde todas las tierras son solamente de indios. Unas comunidades con pocas tierras, otras con más tierras y otras con muy pocas tierras, en las que no les permitían el título. También tuve la suerte de vivir, durante un tiempo, en una hacienda, que todavía tenía el sistema de los siervos, y los indios pertenecían a la hacienda exactamente como los otros animales; el dueño de la hacienda podía disponer de ellos, de la vida de sus siervos. Y pude observar mucho; más que observar, vivir con esta gente por la cual yo tenía una gran simpatía.

Como mi padre no vivía en este pueblo, sino en un pueblo más grande, porque era funcionario, yo pasé todo el tiempo con la servidumbre indígena; porque mi madrastra tenía hijos a los cuales prefería mucho. Y entre estos, uno era el verdadero sub-amo del pueblo. Era un típico gamonal, de los que no existen ahora sino en muy pocos lugares del país. El no era autoridad; no era alcalde, no era gobernador; pero tenía la llave de la cárcel, y podía meter preso a quien le diera la gana, o golpear a quien le diera la gana. En fin, era un pequeño señor absoluto. Y a mí me trataba muy mal…

Periodista: ¿La servidumbre hablaba español?

JMA: No, solamente quechua. Yo empecé a aprender el español. Siempre hablé un poco de español ¿no? Pero mi lengua predominante era el quechua. Hasta los nueve años hablaba muy poco español y dominaba el quechua. Yo fui un verdadero protegido de los indios, como estaba tan mal tratado como ellos, a pesar de que era hijo de un señor. Además, tenía un color mucho más blanco que incluso el dueño de la casa. Me consideraban una persona que estaba haciendo una vida muy dura y muy cruel, y ellos me tomaron bajo su protección. Entonces yo tendría entre los cinco y nueve años. Yo dormía en la cocina, sobre una batea muy grande que servía para amasar pan, sobre unos pellejos. Allí dormía, y le servía al señor, que era el hijo mayor de la casa. 13 años mayor que yo. Le traía sus caballos del campo, luego cuidaba a los becerros, traía leña en la mañana de la montaña para la cocina. Tenía una situación muy especial porque, por mi apellido, por mi situación social, era un señor; pero por mi ocupación, por la clase de gente con la cual vivía, era indio. Yo sentía un inmenso amor por los indios, porque ellos me dieron también toda su protección paternal, maternal; y aprendí los cantos de ellos, los juegos de ellos. Viví el mundo de ellos. Yo creía que el mundo era como ellos creían que es el mundo. Yo creí que todo era, que el río era un dios, que las montañas eran dioses. De tal manera que mi niñez hasta los diez años fue exactamente la niñez de un niño indígena. Y esta visión indígena del mundo yo creo que ha continuado hasta hoy. Usted puede verlo en mi última novela, “Todas las sangres”.

De aquí, mi padre volvió. Y como le contaron la mala vida que nos habían dado -yo tengo un hermano, Arístides-, mi padre se fue de este pueblo. Se separó de la señora. Entonces fuimos a Abancay, que es una capital de departamento, una población más grande. Yo estuve entonces allí, de interno en un colegio religioso. Conocí a todas las personas que dominaban un territorio mucho más grande, que era una capital de departamento. Yo había hecho la experiencia de una capital de provincia, porque mi padre era juez; pero ahora tuve la oportunidad de observar a los grandes señores que manejaban un departamento muy aislado, como es Apurímac, que es uno de los departamentos más andinos y más antiguos. Luego mi padre no pudo continuar en Abancay. Era un hombre muy inestable. Y de aquí se fue a ejercer su profesión a un pueblo muy lejano, que estaba a siete días a caballo de Abancay.

Cuando concluyeron las vacaciones no pudimos ir adonde estaba mi padre, sino que nos fuimos a las haciendas de un pariente de mi padre. Este señor tenía cuatro haciendas muy grandes y alrededor de unas quinientas familias de indios, que eran su propiedad. Yo perdí esta mano -la tengo malograda- en el trapiche de moler caña. Era una hacienda de caña, y la otra era una inmensa hacienda donde sembraban maíz y se criaban chanchos. Y aquí también estuve mucho más cerca de los indios, porque nunca vi gente tan mal tratada como esta gente. Yo vi flagelar a un indio a quien le quitaron los pantalones, lo colgaron de un árbol y lo flagelaron porque había robado unos cuantos plátanos, que no valían nada. Pero el patrón no permitía que los indios comieran plátanos.

Entonces pude observar, vivir la suerte de los indios siervos de la hacienda y observar la vida de un gran hacendado, que, por lo demás, tenía una excelente biblioteca. Yo leía allí los grandes libros de la literatura europea. Después, de aquí, de Abancay, vine a Ica, que es una ciudad de la costa. Tuve el primer contacto con la costa. Yo fui interno a un colegio de Ica. Éramos internos entonces, en 1926, solamente tres alumnos de la sierra. Y los serranos éramos considerados como gente muy inferior. Tuve mis primeros contactos con la gente de la costa, y pudimos demostrar que no éramos tan inferiores. Tuve allí la oportunidad de tratar con los hijos de los grandes hacendados de la costa.

Periodista: Cuando usted escribió su novela “Todas las sangres”, ¿estaba pensando en todas esas experiencias?

JMA: En todas. Yo había escrito, antes de este libro, tres novelas y varios cuentos. En una colección de cuentos, que se llama Agua -que fue el primer libro que escribí-, describí toda la vida de un pequeño pueblo andino, y no está solo, naturalmente, la vida de los indios, sino que ahí está la vida de los indios y de toda la demás gente con la cual viven los indios: los mestizos, los señores, las autoridades. Esta todo el mundo humano y el paisaje de un pequeño pueblo. Luego escribí mi primera novela, que se llama “Yawar fiesta”, Yawar quiere decir sangre en quechua; quiere decir sangrienta. El tema principal es una corrida de toros, pero a la manera indígena. En esta novela describí la vida de una capital de provincia, que es un mundo geográficamente más vasto que el que trata “Agua”. En la otra novela, que se llama “Los ríos profundos”, describí la vida de todo un departamento, que es una zona mucho más vasta que la de la provincia; y la descripción de personajes mucho más importantes, con una estratificación social mucho más compleja, desde la vida de los hacendados muy importantes, con vinculaciones nacionales... Luego, es una zona en la cual hay muchas haciendas con siervos, y el tema principal es la relación que hay entre la vida del siervo de hacienda con todas las demás jerarquías sociales. Ese es el tema de “Los ríos profundos”, que concluye con una insurrección de indios, con una especie de sublevación.

En octubre de 1968 recibió el premio “Inca Garcilaso de la Vega” otorgado por primera vez por la Beneficencia Pública de Lima, sello de su consagración nacional. Al recibirlo en la Casa de la Cultura pronunció su discurso.

JMA: - Acepto, con regocijo, el premio Inca Garcilaso de la Vega, porque siento que representa el reconocimiento a una obra que pretendió difundir y contagiar en el espíritu de los lectores el arte de un individuo quechua moderno que, gracias a la conciencia que tenía del valor de su cultura, pudo ampliarla y enriquecerla con el conocimiento, la asimilación del arte creado por otros pueblos, que dispusieron de medios más vastos para expresarse.

(…) los muros aislantes y opresores no apagan la luz de la razón humana y mucho menos si ella ha tenido siglos de ejercicio; ni apagan, por tanto, las fuentes del amor de donde brota el arte. Dentro del muro aislante y opresor, el pueblo quechua, bastante arcaizado y defendiéndose con el disimulo, seguía concibiendo ideas, creando cantos y mitos, y bien sabemos que los muros aislantes de las naciones no son nunca completamente aislantes.

A mí me echaron por encima de ese muro, un tiempo, cuando era niño; me lanzaron en esa morada donde la ternura es más intensa que el odio y donde, por eso mismo, el odio no es perturbador sino fuego que impulsa.

Contagiado para siempre de los cantos y los mitos, llevado por la fortuna hasta la Universidad de San Marcos, hablando por vida el quechua, bien incorporado al mundo de los cercadores, visitante feliz de grandes ciudades extranjeras, intenté convertir en lenguaje escrito lo que era como individuo: un vínculo vivo, fuerte, capaz de universalizarse, de la gran nación cercada y la parte generosa, humana, de los opresores.

El vínculo podía universalizarse, extenderse; se mostraba un ejemplo concreto, actuante. El cerco podía y debía ser destruido; el caudal de las dos naciones se podía y debía unir. Y el camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera únicamente el que se exigía con imperio de vencedores expoliadores, o sea: que la nación vencida renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia, formalmente, y tome la de los vencedores, es decir que se aculture.

Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido. Por eso recibo el premio Inca Garcilaso de la Vega con regocijo.

nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo. Ojalá no haya habido mucho de soberbia en lo que he tenido que hablar; les agradezco y les ruego dispensarme.

Víctima de una profunda depresión que lo acompañará gran parte de su vida, José María Arguedas falleció el 2 de diciembre de 1969 en el Hospital del Empleado a causa de herida de arma de fuego inferida de mano propia. Tenía 58 años de edad.

Acompañado el féretro de una gran multitud fue enterrado en el cementerio “El Ángel” de Lima. Sobre su tumba un estudiante escribió “Kaypiraqmi Kachkani” que significa “Aquí me tienen todavía”. Y así es, la obra del Tayta José María Arguedas sigue más que vigente entre nosotros.

Soy Luis Enrique Cam y esto fue DICHO EN EL PERÚ escucha otros episodios en www.dichoenelperu.pe o en nuestros canales de Spotify y Youtube.

“Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”.


DIRECCIÓN Y GUION

Luis Enrique Cam

CARACTERIZACIONES

Oswaldo Álvarez

Cristóbal Paz

BIBLIOGRAFÍA

Arguedas, JM (2017) Agua, breve antología didáctica. Editorial Horizonte, Lima.

Arguedas, JM (1978) Los ríos profundos. Editorial Biblioteca Ayacucho, Barcelona.

Arredondo, Sybila (ed)(2021) Vigencia y universalidad de José María Arguedas. Editorial Horizonte, Lima.

ALREDEDOR DE ESTE NUDO DE LA VIDA Entrevista con José María Arguedas, 3 de agosto de 1966, Lima. CHESTER CHRISTIAN Texas A & M University.

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