CUARTA TEMPORADA


SEXTO CAPÍTULO


Manuela Villarán de Plasencia en mayo de 1886
“No, yo no quiero morir, yo no moriré hasta el 26, aniversario de la muerte de mi hijo.”

Hola. Te saluda Luis Enrique Cam

Manuela Villarán de Plasencia nació en Lima en 1837. Fue la mayor de siete hermanos. Nicolasa Angulo, su madre, estuvo abocada al cuidado del bullicioso hogar. Su padre, Manuel Vicente Villarán González, fue vocal de la corte suprema y consejero de estado. Tuvo a su cargo la cátedra de Vísperas de Leyes en la Universidad de San Marcos.

Manuela Villarán se casó, con dispensa de edad, cuando tenía 17 años con el capitán de artillería del batallón Ayacucho, Rafael Plasencia. La boda se celebró en la parroquia del Sagrario el 13 de noviembre de 1854.

El matrimonio Plasencia-Villarán formó una familia numerosa de 14 hijos.

La labor intelectual de Manuela no era ajena a su activa vida en el hogar. En una misiva a su amiga Mercedes Cabello le cuenta de sus correrías en el oficio de escritora y de madre abnegada:

MANUELA: - “Si usted me viera escribir amiga mía, le daría pena: escribo rodeada de cuatro o seis chicos, que el uno me quita la pluma, otro se lleva el borrador; este me habla a gritos, porque cree que no he oído lo que me pide, y en medio de esa barahúnda y ese barullo, concluyo mi composición y luego sigo con mis ocupaciones”

Manuela Villarán incursionó en los diversos géneros literarios: poesía, dramaturgia, cuentos y ensayos. De estilo llano y festivo como su fábula en verso titulada “Los Gatos”, en donde narra las ocurrencias de un hombre con sus engreídos felinos:

MANUELA: - Su fortuna empleaba un hombre,

Por un capricho muy raro,

En mantener como príncipes

Una multitud de gatos.

Al principio distinguía

A los mejores y mansos,

A los de raza más fina

Que estaban bien enseñados.

Jamás causaban disgusto

De ninguna clase a su amo,

Que vivía satisfecho

De ver que eran tan honrados.

Más fue cambiando la cría,

Muriendo los más ancianos,

Y ya los hijos y nietos

Costumbres iban variando.

Cierto día, en el salón

Que estaba a ellos destinado,

Se encontró este individuo

Tres botijas boca abajo,

Llenecitas de oro en polvo,

Un gran tesoro de antaño.

Y viéndose de dinero

Tan sumamente sobrado,

Preparó una gran despensa

Sin omitir ningún gasto,

Para que fueran dichosos

Con su riqueza, los gatos.

Puso por docenas quesos,

Gallinas, perdices, pavos,

Jamones, lenguas, conservas,

Toda clase de pescados.

Salchichones y tocino

Ternera, quesos de chancho

Y cuanto desear pudieran

Sus animales amados.

Bien instalados allí

Les previno a los criados,

Que no hubieran distinciones,

Y una ley, para igualarlos,

Dictó desde aquel momento,

En su antigua paz confiando:

Pero al verse ellos ya dueños

De todo aquello, empezaron

Por abusar de sus uñas

Y el que era más fuerte y guapo

Hacía tales destrozos,

Comía y cargaba tanto;

Que salir por la ventana

Le era casi necesario:

Con su ejemplo, venía otro,

Nuevos golpes y arañazos,

Lonjas de más dimensiones,

Más hambre para los mansos,

Y por la ventana misma

Tomaba camino llano,

A devorar en el techo,

Rodeado de gallinazos,

Las más exquisitas presas

Que quitaba a sus hermanos.

De estos acontecimientos

Iban sucediendo tantos,

Que si había paz tres días

Jamás completaban cuatro,

Sin contar con que partidos

Se hacían todos pedazos;

Unos que eran maltesistas,

Otros del gato romano

O del cenizo o del negro,

Del amarillo o del blanco.

Ya no sabían qué hacer

Los infelices criados,

La despensa se surtía

Con frecuencia, y todo al fiado

Al fin tan crecidas cuentas

Al amo le presentaron,

Que fue por sus propios ojos

A observar aquellos daños

Y aunque se había propuesto

Encontrar todo arruinado,

Con la realidad quedó

El pobre hombre estupefacto.

Había de comestibles

Tan solo huesos pelados

Y gran cantidad de espinas

De diferentes tamaños,

Diez gatos encontró muertos,

Mutilados venticuatro,

Desollados diez y seis,

Cuarenta esqueletizados

Que ni pararse podían,

Porque de hambre estaban galgos;

Seis o siete había gordos,

Como unos chanchos cebados

Es demás decir que fueron

Aquellos, los gatos bravos.

O los que de aquellas tronchas

Habían participado.

El hombre salió de allí

Dando su idea a los diablos

Y jurando matar de hambre

Animales tan ingratos.

¡Los justos por pecadores

Como siempre, allí pagaron!

La vida de la escritora tuvo claroscuros. Cuando la desgracia llegó, su pluma se volvió lúgubre y melancólica. Un ejemplo es la muerte de una hija y un hijo aún pequeños. En el poema “A la muerte de mi hijo Rafael” expresa así sus sentimientos:

MANUELA: - “Ayer, no más, alegre te arrullaba

Y al calor de mi seno te dormías,

Entonces en mirarte te gozaba

Sin sospechar que la hora se acercaba

De ver cortado el hilo de tus días.”

El tema del amor y la ternura maternal fue recurrente en sus creaciones poéticas como en esta pieza dedicada a su hijo Ernesto:

MANUELA: - Hoy cumples veintiún años hijo amado
Irreprochable tu conducta ha sido,
Pues juicioso, obediente y aplicado
El general aprecio has merecido.

Desde ahora dejas ya de ser un niño
Goza tu libertad apetecida,
Pero conserva el maternal cariño
Como en la edad primera de tu vida.

Que afectos muchos te brindará el mundo
Tal vez alguno encontrarás sincero,
Pero siempre mi amor será profundo
Y el más inagotable y verdadero.

La guerra de 1879 que enfrentó a Chile contra el Perú y Bolivia produjo el descalabro nacional. Las familias vieron partir a sus hijos al frente de guerra. Como Ernesto, que abandonó la tranquilidad de su trabajo en Lima y se enroló en el ejército.

Ernesto Plasencia fue destinado como Sargento Mayor a Tacna. Allí sucumbió en las postrimerías de la batalla del Alto de la Alianza el 26 de mayo de 1880.

En los últimos reductos del combate urbano fue arrojado desde un balcón. Antes de morir, Ernesto Plasencia pudo encargar a un compañero de armas que entregara a su madre: su reloj, su cartera y un pañuelo de seda que llevaba en el cuello.

En su casa de Lima, Manuela Villarán, por uno de esos fenómenos de telepatía, sintió el golpe que hirió mortalmente a su hijo, y expresó, en medio de su familia, que tenía la evidencia que Ernesto había muerto…

MANUELA: - “La carrera de las armas

No fue por ti deseada,

Pero hoy ciñes una espada

Que te ha dado la Nación:

Ve, combate al enemigo

Como patriota y como hombre

Que sabe llevar su nombre

Honrando su pabellón;

Que no apague tu entusiasmo

Mi gemido lastimero,

Yo en Dios confío y espero

Que tornarás a tu hogar;

Pero si la muerte infausta

Me hace perderte en la guerra

¿Quién habrá sobre la tierra

Que me pueda consolar?

El trágico llanto de los huérfanos y viudas por la pérdida de sus seres amados se escuchó a lo largo de todo el territorio patrio. Pero tal vez el dolor más grande fue el de las madres de los soldados caídos. El diccionario no ofrece una palabra para definir a quien pierde un hijo, quizás porque el dolor que se siente es inefable…

MANUELA: - “Hoy hace una semana, prenda mía

Que esta madre infeliz tu ausencia llora,

Semana de dolor en que a cada hora

Pierde salud, reposo y alegría.

¡Dame penas, Padre Santo

Pero conserva la existencia de mi hijo!

Se apagó ya mi antorcha de alegría,

El sol de mi esperanza se eclipsó,

Huérfana y desolada queda mi alma,

¡Piedad! ¡Piedad Señor!

Te creí tan perfecto, que ese orgullo

El cielo me ha querido castigar,

¡Ay! Por eso te ha dado tan humilde

Morada sepulcral!”

Cuando recibió las prendas impregnadas de la magnánima sangre de su hijo las consagró en un altar donde diariamente iba a rezar por largas horas por la memoria de su hijo muerto.

En su poema “En la trágica muerte. Y la desaparición de mi canario” describe el desgarrador sentimiento que sufría su corazón.

MANUELA: - Animalito amado

Mi dulce compañero,

Símbolo del cariño

De mi adorado Ernesto,

De ese hijo incomparable

Cuyo tenaz recuerdo

Hace amarga mi vida

Aún cuando corra el tiempo.

¡Prenda del alma mía,

Ángel de mis ensueños;

Faro de mi esperanza,

Perdido en un momento!

Tal como tú, ave incauta

Que fuiste mi consuelo,

Y con alegres trinos

Mis horas de tormento

Aliviar conseguías

Cuando con llanto acerbo

Mis mejillas bañaba

Regando el pavimento.

Entonces te acercabas

En pequeños vuelos

Como para decirme,

ERNESTO: - “Escucha mis acentos

Como tú también sufro

La orfandad de mi pecho

Y lo cruel de esta cárcel

En donde morir debo,

Pero tú que me amas

Y me das el sustento

Me precaves del frío

Con maternal esmero,

Siempre tendrás en cambio

Mis trinos y gorjeos”.

MANUELA: - ¡Oh víctima inocente!

Cuántos remordimientos

Mi corazón agitan

Al ver tu fin funesto.

Tras de tantos cuidados

¿De qué sirvió mi afecto?

Si salvarte no pude

Del perseguidor fiero

Que te arrojo de altura

Donde caerías muerto.

Ya te miro en sus garras

Agonizar de miedo,

Y miro en mano extraña

Tu cuerpecito yerto,

Arrojado por alto

Con el mayor desprecio.

Mas tarde ¡oh Dios! Quien sabe

Qué harían de sus restos;

De que valen que existan

Si yo no los poseo,

Si nunca he de encontrarlos

O los destruye el tiempo.

Sin duda en mi destino

Hay un poder secreto,

Que de mi pecho arranca

Los más caros afectos.

Ya me dejaste sola

Animalito tierno,

Ya no iré por las mañanas

Para ponerte fresco,

Cual lo hice en otro tiempo.

El veintiséis de mayo

Día triste y funesto,

No adornaré tu jaula

De listoncitos negros.

Sola seré en el luto

Que para siempre llevo,

Sin distracción alguna

Sumida en mis recuerdos.

Manuela Villarán, sufriendo los síntomas de una neumonía crónica se esperaba que falleciera en cualquier momento. Pero ella, con un ánimo sereno y llena de confianza dijo:

MANUELA: - “No, yo no quiero morir, yo no moriré hasta el 26, aniversario de la muerte de mi hijo”.

Su pronóstico se cumplió. Dejó de existir en las primeras horas del 26 de mayo de 1886. Seis años después de la muerte de su amado hijo Ernesto. La escritora limeña tenía 49 años de edad. Su esposo y sus once hijos la lloraron en el entierro menor que se realizó en el cementerio de la iglesia parroquial de san Marcelo, en el centro de Lima. Entierro menor y no cruz alta, signo de que la familia era pobre.


FIN


DIRECCIÓN Y GUION

Luis Enrique Cam

CARACTERIZACIONES

Magali Luque

Cristóbal Paz

EDICIÓN

Cristóbal Paz

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:

1.- Manuela Villarán de Plasencia. “Los tres tiempos” El Progreso. Año 1 sem 2 N°21, 21 Febrero de 1885.

2.- Manuela Villarán de Plasencia. “En la trágica muerte. Y desaparición de mi canario” El Progreso. Año 1 Sem 2 N° 8, 22 de noviembre de 1884.

3.- Manuela Villarán de Plasencia. “A mi hijo N” El Progreso. Año 1 Sem 2 N° 7, 15 de noviembre de 1884.

4.- Manuela Villarán de Plasencia. “A mi hijo Alberto” El Progreso. Año 1 Sem 2 29 de noviembre de 1884.

5.- Manuela Villarán de Plasencia. “Semejanza” El Progreso. Año 1 Sem II N° 15, 13 de enero de 1885.

6.- Manuela Villarán de Plasencia. “Prosa y Verso” El Progreso. Año 1 Sem II N° 19, 7 de febrero de 1885.

7.- Manuela Villarán de Plasencia. “A la muerte de la señorita JIH” El Progreso. Año 1 Sem II 9 de mayo de 1885.

8.- Manuela Villarán de Plasencia. “La moda” El Progreso. Año 1 Sem II N° 23, 7 de marzo de 1885.

9.- Manuela Villarán de Plasencia. “Agua va” El Progreso. Año 1 Sem II N° 20, 14 de febrero de 1885.

10.- Manuela Villarán de Plasencia. “A Ernesto” El Correo del Perú Año. 7 N° 22, 3 de junio de 1877.

11.- Manuela Villarán de Plasencia. “Un adiós. A mi amada Juana Manuela” El Correo del Perú. Año 7 N° 29, 22 de julio de 1877.

12.- Manuela Villarán de Plasencia. “No es oro todo lo que reluce” El Semanario del Pacífico. Año 1 N° 13, 8 de septiembre de 1877.

13.- Manuela Villarán de Plasencia. “Anomalía de Parentesco” El Semanario del Pacífico. Año 1 N° 15, 22 de septiembre de 1877.

14.- Manuela Villarán de Plasencia. “Los gatos” La Alborada. Año 1 N° 9, 12 de diciembre de 1874.

15.- Manuel Zanutelli Rosas “Mujeres peruanas en la literatura del Siglo XIX”. (2018) Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima.

Volver a Temporadas